Hola; ya os comenté que asistí a una cata de vinos en Jumilla y la experiencia que supuso aquello con la visita a la finca de cerezos y demás. Me encantó. Pero quería aprovechar este ratito para comentar algo. Escuchando a gente que entiende bastante más que yo sobre vinos, envases y demás relacionado con el mundio del vino, por no decir muchísimo más,, tuve que disentir con alguien sobre un aspecto importante. Os cuento:
Antonio Navarro, hablando sobre las cualidades de los vinos y métodos de conservación, argumetó que el corcho no es el mejor tapón que hay para los vinos y que la botella no es el mejor envase para conservar las propiedades del mismo. Francamente estoy totalmente de acuerdo por dos cosas fundamentales y en desacuerdo por una. Veréis; primero me explicó las ventajas de emplear tapones de rosca frente al empleo de los de corcho que pueden presentar defectos además de ser más caros. Y en segundo lugar me explicó las ventajas de un envase tipo TetraPack frente a las de la botella de cristal tanto a nivel económico ya que fabricar una botella de vídrio es más costoso que fabricar un TetraPack, como en el proceso de reciclaje así como la mejor conservación del vino en uno frente a otro. Y en ambos casos no puedo menos que darle la razón, vamos, que me convenció. Antonio es, para mí, un verdadero entendido en estos temas y las referencias que hay sobre él a este respecto no dejan lugar a dudas.
Sin embargo, disiento en todo por algo que me parece más fundamental. El gesto. El gesto que cambia el momento. Veréis, es posible que el vino esté mejor en el TetraPack, y que un tapón de rosca ayude a conservar mejor las propiedades del vino, pero resulta que creo que en la vida no sólo es importante ‘el contenido’ sino todo lo que le rodea. El momento, el lugar, el sentimiento que uno mismo pone en el desempeño de cualquier tarea, y evidentemente aquí, en el caso de los vinos, esto significa que haya muchas diferencias.
Francamente, os hablo muy en serio, no me veo cenando en casa con la mujer de mis sueños, abriendo un TetraPack y echándole vino en un vaso Duralex… por muy de puta madre que esté el vino. Señores, me quedo con uno peor, con menos aroma o con menos propiedades gustativas pero sabe Diós que descorcho esa botella de cristal y le sirvo el vino en la copa… sí o sí.
Puedo poner otro ejemplo, con sidra natural, y es precisamente muy reciente también. Mirad, en Santiago de la Ribera, junto al Mar Menor en Murcia, hay una sidrería. Tienen colocada en la pared una especie de máquina que parece un tablero con unas piezas que sirven de sujección para el vaso de sidra y para la botella y con un dispositivo el cual, al actuar sobre él inclina la botella lo justo para que la sidra caiga sobre el borde del vaso, se rompa perfectamente y puedas disfrutar de una buena sidra. Bien, muy bonito y muy rica… puedo deciros que la mejor sidra de mi vida, y esto no es poco, me la tomé hace apenas un par de semanas sentado en la escalera frente al Lavaderu, en Cimadevilla, manchándome las manos de la sidra que se esparcía cuando la rompía malamente, y si puedo repito. Haya las máquinas que haya donde quiera que las haya.
Esto lo digo porque creo que en la vida a veces los pequeños gestos son los que verdaderamente marcan la diferencia, los que ayudan a conquistar esos territorios vírgenes del ser y los que nos dan la oportunidad de sentir en esencia qué somos. Por eso, aunque el mejor vino esté envasado en TetraPack o lleve un tapón roscado, seguiré buscando costosas botellas de vídrio verde oscuro y copas con poco plomo, y de igual modo seguiré comprando libros impresos en papel aunque contamine más y me resistiré cuanto pueda al Kindle… es sólo una cuestión de sensaciones y de la manera en la que decidimos dejar que lleguen a nosotros.